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Messi, atrapado en un matrimonio infeliz con Argentina, ahora es su líder espiritual


Qatar, 13/12/2022

Habían pasado sesenta y ocho minutos. Argentina ganaba por dos goles y no corría gran peligro de ceder su ventaja. El balón llegó a Lionel Messi, muy escorado a la derecha. Al lado tenía a Josko Gvardiol, el mejor defensa joven de este Mundial. El central es rápido, mientras que Messi ya no lo es tanto como antes.

Era difícil para Messi librarse. Así que aceleró y Gvardiol se quedó pegado, sin ceder ni un milímetro. Messi frenó, ganando tiempo y espacio. Entonces, se lanzó de nuevo, ahora hacia el área. Gvardiol tenía un problema. Un movimiento en falso y sería penal.

Messi se dió vuelta, giró y volvió a acelerar hacia la línea de fondo. Gvardiol esperaba que cruzara, que pusiera el balón a alguien en el campo, pero Messi no había terminado con él. Se metió por el callejón más estrecho, entre el defensa y la línea de fondo. Gvardiol le tiró ligeramente del hombro, intentando frenarle, pero Messi se mantuvo fuerte y le pasó el balón a Julián Álvarez.

Ocasión clara. Tres a cero. Se acabó el partido. Messi lo hizo ante un ejército de hinchas argentinos congregados detrás del arco. No habían venido a ver a su país ganar el Mundial, sino a verle ganar a él. Miles con la réplica del número 10, coreando “Te mereces esta copa”, y luego gritando la frase: “No quiero nada si no es con Leo”.

Hasta ahora, la historia se está desarrollando como soñaban. Messi ha sobresalido y el equipo ha funcionado como lo hacen los muy buenos equipos, cada individuo haciendo lo que es correcto para la escuadra. Cualquier grupo que trabaje tan duro como esta selección argentina se convierte en un rival muy difícil de batir. Su racha de 36 partidos sin conocer la derrota no es fruto de la casualidad.

En la emblemática serie dramática de David Simon, The Wire, el líder del club de lectura de la cárcel preguntaba a su grupo qué quería decir F Scott Fitzgerald en El gran Gatsby cuando afirmaba: “No hay segundos actos en la vida”.

Esa es, en pocas palabras, la historia de Messi y Argentina. A los 13 años, dejó Rosario por una nueva vida en Barcelona. Su padre, Jorge, se mudó con él, su madre y sus hermanos se quedaron en Argentina. A partir de un comienzo solitario, construyó la carrera más magnífica en un club de fútbol emblemático, ganó todo lo que se podía ganar en el fútbol de clubes y se convirtió en uno de los dos mejores jugadores del mundo.

Volvía a casa obedientemente para los partidos de Argentina y, aunque a menudo jugaba bien, rara vez era el Messi hipnótico. Argentina no contaba con los centrocampistas del Barcelona Xavi y Andrés Iniesta, pero se esperaba que Messi jugara como lo hacía en su club. Durante años, el jugador y su país estuvieron atrapados en un matrimonio infeliz. Los aficionados argentinos se lamentaban de que nunca llegaría a ser Diego Maradona.

Llegaron a la final del Mundial de 2014, pero no tuvieron una buena actuación al perder contra Alemania. El propio abuelo de Messi criticó su actuación, calificándola de “algo floja”. Dos años después, Messi se apartó de la selección y entonces parecía que nunca iba a funcionar.

Pero, en el otoño de su carrera, Messi comprendió que no hay segundos actos en la vida de los futbolistas argentinos. Se dio cuenta de que su amado Barcelona no era para toda la vida. Argentina sí. Los primeros años en Rosario, con su familia, antes de que él y Jorge se exiliaran, fueron los que realmente le formaron y lo que era.

El pasado siempre le acompañó y ahora no es sólo el capitán del equipo brillantemente entrenado por Lionel Scaloni, sino su líder espiritual. Es el jugador al que miran los demás, aquel por el que están desesperados por ganar.

Durante mucho tiempo, habíamos pensado que Messi era un tipo tranquilo, que no inspiraba a sus compañeros con sus charlas antes del partido. Le habíamos subestimado. Su discurso a los jugadores antes de la final de la Copa América contra Brasil el año pasado fue inspirador. Habló de los sacrificios soportados, 45 días lejos de sus familias, de cómo el guardameta Emiliano Martínez aún no había visto a su hija recién nacida, sin que ningún jugador se quejara.

Messi dijo entonces: “Un último punto. No hay casualidades en la vida. Esta final tenía que ser en Argentina, pero ahora la jugamos en el Maracaná y es la manera que tiene Dios de darnos la oportunidad de ganar en el lugar perfecto”. Y eso es lo que hizo el equipo de Messi, ganar la Copa América en el emblemático estadio de Brasil.

En esta semifinal contra Croacia, Messi no tuvo que hacer gran cosa durante los primeros 20 minutos, hasta que decidió que había llegado el momento de incidir. Lo hizo con un giro brusco y una carrera desde la derecha hacia el área. Se metió en el partido y, a partir de entonces, su influencia creció.

Desde el momento en que marcó un gol excepcional en el crucial partido de grupo contra México, Argentina y Messi se han transformado en un equipo con una misión casi imparable.

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