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Paris, 01/06/2025
No es fútbol, es geopolítica emocional
Por Pepe fuera de juego — Especial para ElCanillita.info
“No está de más decir que respecto al encuentro PSG-Inter, los goles fueron dos muertos y 320 heridos.”
(Crónica desde la platea equivocada)
No hay error: 5-0. Aplastamiento. Goleada. Masacre deportiva con balón reglamentario. Y sin embargo, lo más duro no fue la derrota. Fue vivirla desde la tribuna equivocada. Entre los nuestros… pero no tanto.
Porque uno, con su corazón argentino y sus devociones fragmentadas entre camisetas de Europa, termina donde puede. Y yo terminé ahí, entre los hinchas del Inter, con mi gorrito tricolor del PSG escondido como si fuera un pasaporte vencido.
Me hizo acordar a mi primo Santiago. Allá, en la provincia. Simpatizante de Racing, pero por cosas del destino (léase cuñado), fue al clásico rosarino con entradas para la platea de Central. A los 15 minutos del primer tiempo, Rosario ganaba 2-0, y Santiago masticaba bronca y saliva. El tercero lo dejó sin aire. El cuarto, sin cuñado.
Yo, en cambio, sobreviví. Pero no sin consecuencias.
Cada vez que Mbappé metía un pique, alguien murmuraba cerca mío:
— Este negro corre como si tuviera que ir a cobrar el sueldo.
Y yo, con cara de piedra y garganta en mute, pensaba:
— Sí, maestro, pero vos no cobrás ni el viático si sigue así la cosa…
Al quinto gol, ya nadie hablaba. Solo se escuchaba el crujido de la dignidad interista resquebrajándose como una silla de plástico en fiesta de barrio. Yo hice lo que haría cualquier argentino en tierra enemiga:
no grité los goles. Pero los festejé con el alma.
Disimulando. Apretando los dientes. Pestañeando fuerte, como si me hubiera entrado polvo en el ojo… o emoción contenida.
Epílogo:
El PSG no solo ganó: desarmó al Inter con precisión de relojero suizo y elegancia de chef francés.
Y yo, argentino errante, testigo involuntario y emocionado, confirmé una vez más que en el fútbol como en la vida, a veces nos toca alentar desde el lugar menos cómodo.
Pero alentar igual.
Porque la pasión no se negocia.
Y el humor, mucho menos.
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