“Ël re torinèis” - Sport Journal Pictures

Turin, Italia
En el último piso del Principi di Piemonte, Jannik Sinner descansa entre mármoles, pero lo que verdaderamente brilla no es la suite: es su camino. Ningún hotel, por lujoso que sea, puede comprar el temple de quien madrugó miles de veces para entrenar, perdió más de lo que ganó y aun así siguió corriendo detrás de una pelota.

La organización del torneo lo hospedó en la Suite Presidencial, un espacio de 135 metros cuadrados con vistas a toda la ciudad. Se dice que cuesta 4.000 euros por noche, pero en verdad el valor real de esa habitación está en lo que representa: el resultado de años de disciplina, humildad y carácter.

El tenis es exigente. No hay sueldos fijos ni clubes que paguen el viaje. Cada jugador es su propio equipo: entrena, invierte, calcula, arriesga. En este deporte, el dinero no compra victorias; solo paga el pasaje hacia la próxima batalla.

Sinner, hoy número uno del mundo, ganó millones, sí. Pero también soportó derrotas que no tienen precio, lesiones que duelen más que cualquier cheque y silencios que no llenan ninguna cuenta bancaria. En el tenis, el éxito es una línea fina entre la gloria y el abismo.

Las Finales ATP en Turín son una fiesta de lujo, con un impacto económico de 504 millones de euros en la región, según Boston Consulting Group. Pero ese brillo no eclipsa lo esencial: detrás de cada punto, hay sacrificio, paciencia y trabajo invisible.

Por eso Jannik no necesita corona. Su realeza está en el revés preciso, en la calma cuando el estadio ruge, y en la cortesía con la que trata al rival y al recogepelotas.

En un tiempo donde el dinero parece la medida de todo, Sinner demuestra que el verdadero valor está en merecer lo que se gana.

Turín lo mira con orgullo. No por el mármol, sino por el esfuerzo.