Hay jugadores que entran a la cancha a ganar. Otros, a resistir. Y luego está Alexander Bublik… que entra como si le hubieran dado el papel principal en una comedia de David Garrick, con raqueta en mano y alma de bufón triste.
En su encuentro frente al argentino Tomás Etcheverry, disputado a pura emoción y risas nerviosas, el kazajo desató su repertorio de gestos teatrales, miradas al cielo, monólogos silenciosos y movimientos que harían dudar hasta al más estricto juez de línea si aquello era un partido… o una tragicomedia de tres actos.
Ganó Bublik, sí: 6-2, 3-6, 7-5
Pero lo que se llevó el público no fue solo un resultado, sino una función inolvidable. Como si Shakespeare se hubiera mudado a Roland Garros y reescribiera “Enrique V” con una raqueta.
Etcheverry, impecable y sereno, parecía el partenaire ideal para semejante despliegue: el caballero silencioso que sostiene el duelo mientras el otro hace cabriolas en el aire. Entre punto y punto, Bublik ofrecía un abanico de emociones tan humano, tan ridículo y tan profundo… que uno no sabía si aplaudir el revés cruzado o el diálogo interior que precedía al saque.
Y entonces viene la pregunta que duele (como un passing shot en la espinilla):
¿Será que Bublik no exagera?
¿Será que sus gestos, sus rabietas, sus carcajadas a destiempo… no son más que una forma de afinar las cuerdas de sus raquetazos, de acomodar el alma en el mango de la raqueta?
Como aquellos payasos de circo que hacen reír para no llorar, Bublik convierte cada partido en una escena.
Y nosotros, en espectadores privilegiados de un arte que ya casi no se ve: el arte de jugar jugando, de competir sin dejar de sentir, de hacer del tenis… un escenario donde todavía vale la pena soñar.
Porque a veces, lo más serio del deporte, es quien se anima a hacerlo parecer una comedia.
© 2025 Por Pepe Fuera de Juego. All Rights Reserved Copyright © 2025 SportJournal.pictures/ SalaStampa.eu, world press service Guzzo Photos & Graphic Publications – Registro Editori e Stampatori n. 1441 Torino, Italia
