
SportJournal.pictures, 19/05/2025
Carlos Alcaraz es, posiblemente, el único jugador del circuito que celebró sinceramente el regreso de Jannik Sinner. Y no es por cortesía. Tampoco por empatía. Es por necesidad.
Durante el interregno de tres meses sin su “némesis”, Carlitos ganó títulos en Rotterdam y Montecarlo, sí. Pero en el mismo periodo también se lo vio desdibujado, cayendo en partidos ante Jiri Lehecka, Jack Draper y – quizás lo más inesperado – David Goffin, ya con 34 años y bastón de reserva en la mochila.
La paradoja es hermosa: el campeón necesita un rival a su altura para recordar que lo es. Alcaraz no es un jugador que necesite ritmo: necesita inspiración. Afronta el tenis como un artista del Renacimiento frente al mármol, esperando el bloque que despierte al escultor que lleva dentro.
Y Sinner, ahora mismo, es su bloque perfecto. Su adversario más digno. Su espejo.
El Abierto de Francia comienza en tres semanas. Y si Alcaraz logra hacer historia en París, no será a pesar de Sinner, sino gracias a él.
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