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Roland Garros, Paris, 27/05/2025
Duró casi cuatro horas. El polvo volaba, las piernas temblaban, y las raquetas escribían capítulos de barro y sudor. Pero al final, Daniil Medvedev, número cinco del mundo y espartano digital del tenis moderno, cayó en la trampa del césped rojo parisino.
El verdugo fue Cameron Norrie, británico con pinta de turista y ranking 83, que no se dejó impresionar por el pedigree ruso. Ganó 7-5, 6-3, 4-6, 1-6 y 7-5 en un duelo que fue cambiando de dueño como una novela sin guion.
La Philippe-Chatrier, testigo de tantas gestas, esta vez fue escenario de una caída con honores. Medvedev, que nunca ocultó su amor moderado por la arcilla (“no es mi superficie favorita”, dijo una vez con cara de lunes), se va del Roland Garros sin gloria pero con dignidad.
Y mientras los reflectores giran hacia los favoritos que aún caminan erguidos, un guerrero se sacude la tierra de los hombros y se despide en silencio. Porque perder también es parte del juego. Y hacerlo así… es casi una victoria estética.
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