
No todos los partidos se ganan con el marcador. Algunos se conquistan en silencio, en la mirada que no baja, en el paso firme tras cada error. Andrea Collarini, el “gladiador fashionista” que cruza el Atlántico con su raqueta y sus colores estridentes, cayó en Torino por doble 6-7 frente a Flavio Cobolli, el favorito local. Pero no se fue derrotado: se fue más sabio.
Porque perder así, con dos tie-breaks que podrían haber caído de cualquier lado, no es una derrota. Es una clase intensiva de cómo mantener el pulso cuando el estadio ruge por el otro. Es una confirmación de que el nivel está ahí, rozando el techo, pidiendo pista.
Collarini jugó con el alma. A cada saque le puso energía de estreno. A cada devolución, un poco de esa melancolía épica que lo acompaña en la cancha. Hubo roces, hubo puntos de oro, y también alguna que otra sonrisa torcida al mirar el marcador. Pero nunca hubo resignación. Y eso vale más que un ranking.
“Hoy no fue”, podría haber dicho al salir. Pero también podría haber pensado: “Estoy más cerca”. Porque hay derrotas que enseñan más que cien victorias. Y si hay algo que Andrea demuestra, además de estilo, es que sabe tropezar sin caer. Sabe que, a veces, un resbalón es solo el impulso para saltar más alto.
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